¿Las Preferimos Gordas?


Ya no se llevan las delgadas,
porque su carnes secas
no nos saben a nada ...
Y de nuevo encontramos un gusto,
nada espiritual,… en el amor

(Javier Gurruchaga)

Buscaba consistencia. Generosidad de carnes. Un buen par de tetas en donde ahogarme. Sí, y ustedes ya lo saben, buscaba una gordita. Las sílfides eran ignoradas absolutamente por mi consciente y subconsciente. Algo se había desatado dentro de mí. El ayuno sexual había aflorado mis ocultos instintos. Bueno, tan ocultos no eran pero esta vez estaban muy expuestos.

Esta apetencia por las chicas carnosas no es de mi exclusividad, obvio, pero ultimamente he notado esta tendencia de muchos amigos de mi entorno por mis rollizas y antojadizas gorditas. Y al descubrirnos la novedad intentamos explicar el por qué del gustito por la "grasita". La explicación común es "tenemos más de donde agarrar"; por supuesto, que estamos hablando de "gorditas" y no de "gordotas"; pues, todo en demasía hace daño.

Me he dado cuenta que conseguir la gordita ideal, es labor más complicada que ir en busca de su opuesto. Flacas vemos por todos lados. Flacas sin gracia o pellejudas. Pero, ¿en dónde está la rolliza ideal? Gabriela lo era; pero, ahora no está en la lista.

Cuando te bese quiero arrinconarte contra la pared y sentir ese golpe seco que se oye al chocar tu cuerpo. Agarrarte el culo y las tetas y desesperame porque siento que me faltan manos. Sí, quiero sufrir al cargarte y que la gente del parque me mire con sonrisa burlona ante mi escasa fuerza. Quiero que me cabalgues y te sientas una vaquera salvaje que deja a su potro al borde de la muerte. Quiero comerte, carajo. "Ya huevón, no alucines mucho y búscame una para mí también que ya me antojaste" me dijo un arrecho Pedrito.


"Mira las ágiles ballenas,
de muslos aceitados
y piérdete en sus cuerpos
Gordas, pasean por la arena
volumen imponente
despiertan tus deseos
Te descubren placeres intensos
y algo sin igual…para gozar"


(Javier Gurruchaga)

Claro que sé Perder


Good Bye Corina

Perdí de antemano. Llamé y cedí. Pero la llamé más por una cuestión de no quedar mal. De no quedar como un patán que le importa muy poco su chica; sí, más por intentar ser un buen chico que por alguna razón de nostalgia o amor por ella. Y perdí.

"Osea que tú crees que puedes llamarme cuando se te dé la gana y yo, seguro muy cojuda, te voy a recibir con los brazos abiertos. Nooo, Alberto; soy buena pero no huevona. Sólo esperaba que te aparecieras o llamaras para decirte que no quiero saber nada de tí. Bye." Mientras ella decía estás palabras permanecía callado, pensando en lo huevón que había sido por haberla llamado; esperé a que acabara con su amonestación -porque sentía que me la merecía- para iniciar mi réplica, pero sentí flojera de luchar por algo que sabía sin futuro. No dije nada, sólo escuché el clásico sonido cuando ya te colgaron e imaginando que el celular era ella dije "good bye Corina" mientras la borraba de mis contactos.


Segundo Round

Dicen que las rupturas son dolorosas por más efímeras que sean. Pero no me duele nada. Y no es que Corina haya sido una mala chica, todo lo contrario, sino que mientras más viejo me vuelvo más insensible me siento. Aunque, claro, eso depende.

A Grace le enseñé a besar. Fuí su primer enamorado. Fuí el primero en todo. Hace mucho que no la veía; nueve meses. Hace mucho que dejamos de ser enamorados y somos mejores amigos. Hace mucho que me acostumbré a que cuando nos encontrábamos siempre terminábamos besándonos sin que esto afecte lo nuestro y aquello que teníamos aparte. El sentido de propiedad se había apoderado nuestro. Ella era mía y yo de ella, cuando lo solicitemos. Era mi seguro de vida en caso de emergencias.

Después de quince minutos de espera apareció con su sonrisa de enormes dientes. Caminamos hacia nuestro parque, hacia nuestra banca. Desde que la ví ya quería besarla y morder sus labios. Quitarle sus gafas empañadas y darle besitos interminables en los ojos, en la frente, morderle la oreja y perderme en su cuello. Pero, a pesar de todo notaba algo distinto en ella. Un cierto brillo que la hacía ver más segura de si misma.

Conversamos sin detenernos. Bebimos algunas cervezas y luego la acompañé a su casa, como siempre, caminando y fumando cigarrillos. Las ansias por besarla eran muy fuertes mientras nos acercábamos a su casa. Yo siempre tomaba la iniciativa y esta vez no iba hacer la excepción. Tomé mucho aire e hice el movimiento rápido y eficaz que siempre hago cada vez que quiero besarla, pero esta vez una mano decidida en mi pecho me lo impidió. Pude sentir su corazón luchar con mucha voluntad para impedir algo que es natural en nosotros. Sus ojos me rogaban perdón en lugar de intimidarme o lucir amenazantes. Mi boca pidió explicaciones.

"Discúlpame por no contarte Alberto; pero tenía miedo. Tengo miedo que dejes de ser mi amigo. Pero no puedo hacerle esto a Alex (¿quién es ese?). Alex es mi nuevo enamorado con quien salgo hace siete meses. Es un chico lindo Alberto y esta vez no puedo hacer esto (Lo entiendo). Espero Albertito que esto no arruine lo nuestro (de ninguna manera). Tú sabes que yo siempre te amaré pero esta vez como debe ser, como amigos de verdad". Esta vez dolió. Y yo que pensé que siempre la tendría para mí. Sólo para mí y nadie más. Y eso que esta vez yo iba con intenciones de proponerle ser mi enamorada, otra vez. Perdí.


Knockout

No es que esté buscando novia, lo que busco es sexo. Pero para que mis potenciales "amigas sexuales" accedan a mis ruegos, es necesario que se sientan, también, "potenciales novias". Pero yo, ya no quiero novia ni nada parecido. Sin embargo, busqué a Gabriela.

Gabriela -como todos ustedes saben- es un estigma para mí. El sólo hecho de ver las pecas que adornan el contorno de sus tetas me hace palidecer y su sonrisa puede provocarme una erección. Es la gordita más rica que he conocido. La más arrechante. Y la única, hasta donde sé, que me engañó al besarse con otro (Ella me lo contó).

Mientras la esperaba sentado en la puerta de su edificio, pensaba en qué le diría para convencerla. Me sentía seguro de que me aceptaría y me imagina sobre su delicioso cuerpo desnudo mordisqueando aquellos "rollitos" que tanto detesta y que tanto deseo. Pero, también, me preguntaba ¿por qué no respondía al celular?; ¿por qué demoraba tanto en volver a su casa? ¿Me aceptaría otra vez?

Eran la diez de la noche y había esperado tres largas horas. Decidí irme. Crucé la calle y compré una cajetilla de cigarrillos en la bodega de la esquina. Esperé un taxi. Volteaba a veces con la esperanza de verla llegar y la ví llegar. Pero, como ya habrán adivinado, no llegó sola. Estaba acompañada de un chico que la llevaba abrazada y ella se dejaba sonriente. Me oculté para que no notara mi presencia. Pero llegó un momento en que dejó de sonreír y observó confundida hacia donde estaba. Sintió mi presencia o habrá creído que era un ladrón. El taxi apareció y lo tomé con la sensación de haber sido asaltado. No lloré; tampoco sonreí. De lo único que estoy seguro es que todos estos sucesos confirman mi animadversión por el mes de febrero. Durante el camino de regreso a casa las insufribles parejitas con sus globitos y florcita me refregaban su amor y más que envidiarles eso: "el amor", les envidié la noche de sexo. Sí, eso, el sexo más que el amor. Y, por supuesto, claro que sé perder.


"sin embargo esperaba que te quedaras

pero el agua hay que dejarla correr

mientras yo me tragaba palabras

que no pude decir"



¡ Que Cholos !

- ¡Que cholos, por Dios! -dijo Jacqueline mientras acomodaba la toalla en la arena.
- Sí, ¿no? Estos cholos son muy cochinos. ¿Quién trae ollas de comida a la playa? ¡que asco, carajo! Deben regresar a su cerro y dejar nuestro mar tranquilo -concluyó Pedrito furioso.
- ¿Y tú no dices nada Albertito? -me preguntó Patty, dirigiéndome una mirada que solicitaba una complicidad racista.


No respondí nada y no era necesario hacerlo ante tan obsoletos prejuicios. Me estiré sobre la arena a disfrutar de la gratuidad de la carne y estrenando, ahora sí, en público aquella panza navideña de difícil aniquilamiento. Mientras los demás seguían observando disgustados a ese alegre grupo de bulliciosos provincianos que habían ido con sus ollas de comida (arroz con pollo, papa a la huancaína y cebiche); sus botellas de cerveza y de Perú Kola; un tierno perro chusco que se comió los huesos del pollo y que, también, se refrescó en la orilla del mar. “¡Carajo! el mar es para la gente no para los perros” gritó un indignado Pedrito, a lo cual le siguieron en coro un grupo de viejas remilgadas que estaban cerca “Váyanse a Agua Dulce, con todos los demás cochinos” dijo una de las viejas que ostentaba un amplio sombrero de paja y un bikini bastante revelador. “La playa es para todos” se defendió uno de ellos. Mientras algunos se alejaban un poco más. Más allá. Donde, según ellos, no oliera mal.

Si hay algo peor que ser gordo o gorda en Lima, eso es ser "Cholo". Según la RAE, cholo es un mestizo de sangre europea e india; y en su segunda acepción es un indio que adopta las costumbres occidentales. Pero en Lima se utiliza despectivamente para referirse a todos aquellos que tienen rasgos indígenas.

Ser cholo para los limeños es tomar sopa en el verano; llamarse Jhon, Richard, Stephanie o Allison y apedillarse Quispe Mamaní. Ser cholo, también, es tener mucho dinero y vivir en los conos de Lima; ser cholo es casarse de blanco e irse a fotografiar en las piletas del balneario de Chorrillos; ser cholo es criar algún ave de corral en el techo o jardín de tu casa. Ser un cholo es vestirse como basketbolista, beisbolista y no saber nada de ese deporte; ser cholo es ser reggaetonero porque ahora los blanquitos escuchan cumbia y huayno. Es decir, para los limeños ser cholo es ser ridículo, huachafo y atorrante. Porque, ahora, los cholos también nacen en Lima.

"Ay, Alberto que haces viendo a esa cholita" dijo despectiva Patricia. Tampoco respondí; seguí inmutable y continué observando con lasciva a "la cholita" que tenía un culo fantástico y un par de tetas para chupárselas toda la tarde. Pedrito también la miraba pero con discreción; aquel día tenía que ser un racista como las chicas; según él para tirar toda la noche sin remilgos. "Hay que seguirles la corriente" decía divertido. "A mí me llega a la verga, igual esta noche no tiraré". Pues, ya van tres semanas sin Corina.

La Rubia

¿Qué hace un hombre cuando no tiene a nadie que lo controle un fin de semana? Es decir, cuando no tiene esposa, enamorada o amante que le diga para pasarla juntos en esos días de descanso laboral. Nos vamos de putas. Y no es que necesitemos de una mamá postiza para mantenernos libre de "pecados"; sino que, a veces, es muy necesaria.

Esa noche de sábado mientras observaba a mis tres amigos divertirse manoseando a la bailarina, yo me mantenía anclado a mi silla con una sonrisa estúpida de felicidad al verlos así; mientras la "estriptisera" se las ingeniaba para evitar las libidinosas manos que tercas intentaban tocar alguna parte prohibida de ella. Ninguna de las cinco chicas que bailaron pudieron evitar a tan lascivos borrachos.

Santos era el mayor de aquella turba extasiada, pero el más inexperto; un soltero de 39 años que sólo ha tenido una novia y que estando ebrio la recuerda con lágrimas; su timidez y nobleza le han jugado mal. Julio tiene 29 años y acaba de regresar de España donde fue en busca de fortuna que nunca encontró; es casado con dos hijas y ha dejado una amante española que la extraña más que a su propia esposa. Sebastian es el menor con 28 años y el más bohemio; antiguo consumidor de cocaína y ahora "sólo me fumo mi yerbita de vez en cuando"; soltero y sin hijos detesta todo lo referenta a la vida conyugal, se dedica de lleno a su trabajo en el partido de gobierno. Y terminando la lista su servidor, el más loser de todos.


Los dejé a cada uno con su puta. Ellos ni cuenta se dieron cuando abandoné aquel Night Club. Estaba contento de haberlos visto pero no me interesaba nada permanecer en aquel lugar. Esa clase de putas no me interesan, si me entienden. Tomé un taxi con dirección a casa y mientras encendía el cigarrillo número ochenta y dos observaba el celular con el dedo en la tecla de llamada y con el nombre de "Corina Olazabal" en espera. La borrachera me hacía débil y estaba a punto de ceder, de darle todo el poder a ella. Eran las 4 am y pensaba que seguro no me respondía porque ¿qué chica le responde a uno después de casi trece días sin llamarla? ¿mejor me regreso al night y me tiro a una de esas putas? ¿o mejor regreso a casa y me hecho una paja mientras me ducho? ¿qué hago?


Ver aquellas tetas impecables me hizo sudar y hacía sentir un ardor en las entrañas que era incontrolable. Su rubia cabellera no emanaba olor alguno. Sólo percibía el humo de mi cigarrillo. Su rostro no mostraba preocupación, todo en ella era insinuación y perfección. Ser perfecta es su trabajo. Besé su tostado trasero y podía sentir el flujo espermático querer explotar. Ella hacía su trabajo muy bien. Una luz blanca, electricidad que te recorre y un cansancio repentino y acogedor me arrobó. Podía imaginar los miles de espermatozoides que luchaban derrotados en aquel suelo frío que era su última morada mientras guardaba en su lugar la Playboy con la chica rubia.