Escatológico post


Han pasado muchos días sin conversar con Corina. Normalmente ella me llama tres veces al día o hasta cuatro. Esas llamadas imprevistas, sin horario fijo y hasta en la madrugada no me joden, pero tampoco me causan gracia. Lo asumo como un mal necesario que todo hombre afronta al fusionarse con una chica. La ausencia de sus espontáneas llamadas no me deprimieron, pero sí causó una sensación de nostalgia. Y bueno, yo nunca la llamé porque ¿quién llama a una chica que la última vez que la vió le dijo "vete a la mierda"?

Y me fuí. Porque en el trabajo me enviaron a Cerro de Pasco. A cagarme de frío. Pero ya estoy de regreso.

La cagada se inició la semana pasada cuando conducía junto a Corina con dirección al departamento de ella. Eran las siete de la noche y el tráfico de Lima (según muchos el más hijo de puta del mundo) atentaba contra mi cordura (gordura no, por si acaso). Lo acepto, el pie en el acelerador iba más a fondo que de costumbre. ¿Mi justificación? : Corina se meaba y yo necesita enviarle una "encomienda" al Presidente del Perú por el retrete.

Luz verde, acelerador y ¡crash! Ambos éramos culpables. Yo por conducir rápido y el taxista por pasarse la luz roja. "Cagón de la reconchatumadre me cagaste el puto carro"; fue lo primero que grité al bajarme de mi destrozado auto. El taxista me respondió con un sonoro "Huevonazo de mierda qué putamadre te crees, Meteoro". No se dijo más, lo que continuó fueron amenazas, empujones y el desencadenante golpe que transformó el asiento del copiloto -de mi auto- en un urinario para "damas". Sí, de nerviosa, Corina me regaló -según ella- unos inaguantables cinco segundos de orina. Y a mí con la adrenalina y la bilis rebozante se me olvidó las ganas por cagar.

Troglodita, salvaje, bestia, bruto y demás adjetivos calificativos me endilgó Corina por mi reacción ante el accidente automovilístico. Y razón tiene; sólo que ¿Cómo reaccionarías tú ante una situación similar? "No hay justificación para que actúes como una bestia y menos en mi presencia" me dijo toda indignada. Yo no estaba de acuerdo en ese instante, aún me quedaba la bronca del choque y el no haberle podido dar un buen merecido al taxista. Necesitaba defecar toda la mierda que aún no "enviaba" a Alan García (nuestro ponderado y voluminoso presidente). Necesitaba cagar y Corina, todavía, jodía con sus cojudeces moralizantes. La tenía que callar. Hacerle morder la lengua. Y cagué esto: "Anda agarrando tu trapito y limpia lo que te has meado" le dije sin remordimientos; ella sólo atinaba a mirarme con furia mientras su rostro camaleónico pasaba del verde al rojo, del azul al morado. Agarró su cartera y, pensé que iba a golpearme con ella, mientras su rostro pasaba al color fucsia ella se alejaba furiosa y me escupió un merecedor "Vete a la mierda".

Corina y el sexo


- Te ha caído bien ese cebiche de conchas negras, Albertito- dijo exhausta y sudorosa.
- No, es gracias a la cerveza negra. "Me pone oso"- le repliqué mientras fumaba unos Pall Mall.
- Osea, que al final yo no aporto nada a esa sobreexcitación. Todo el mérito se lo llevan las dos "negras" que te has comido y bebido- me recriminó aparentando estar enojada.
- Nooo, preciosa, te equivocas. Mi mayor afrodisiaco es esa negrita de coño que tienes ahí abajito- le susurré mientras me deslizaba hacia su vientre con generosas intenciones a brindarle un extenso y articulado cunnilingus.


A Corina le gusta hablar mucho mientras tenemos sexo. Yo no soy afecto a esa práctica. Soy silencioso si se me permite. Corina habla mientras lo hacemos y, también, después de hacerlo. Como su boca siempre está abierta también gusta de emitir grititos, gemidos y gritos en plena penetración. Lo admito, me gusta oír sus alharacosos bramidos. A todos los hombres nos hace sentir unos espléndidos amantes; a sabiendas que no lo somos. Pero los gritos de Corina me saben a parafernalia. A actuación. Pues, no es que me crea un mal amante o mucho menos, pero es que, los chillidos de Corina no son muy convincentes. Mejores actuaciones he visto y me he tragado. Ahora, su mala performance histriónica no es ningún problema para mí. El problema es que me confunde en las verdaderas dimensiones de placer que le brindo.


A Corina, también, le gusta mi sobrepeso navideño. Dice que mi guata es sexy. Yo creo que está cojuda. Ella quiere que la acompañe al gimnasio, porque dice me quejo mucho de mi estrenada adiposidad. Yo creo que aparte de cojuda está medio loca. Y la balanza me dice que el cojudo y el orate, soy yo. Y creo que tiene razón. Porque mientras cabalgaba a Corina como un buen jinete misionero, observaba como ella luchaba contra mi nuevo peso: noventa y seis (96) kilos de peso para ciento ochenta y tres (1,83) centímetros de estatura contra los cincuenta y cinco (55) kilos para ciento setenta (1,70) centímetros de Corina. Una lucha desigual. Una crueldad. Sadismo. Sexo pesado. Carajo, aguanta que ya termino.


- ¿Alberto, estoy gorda?- preguntó mientras se miraba desnuda en el espejo.
- Sí, estás hecha una ballena- le respondí sin dejar de fumar.
- Mentira, ya. Yo estoy flaca porque yo no he comido panetón, ni pavo como un chanchito que estoy viendo.
- A eso querías llegar Corina, ¿no? a burlarte de mi exceso de peso. ¡Estoy gordo, pues!
- Mentira, Albertito. Ya te he dicho que se te ve lindo con esa barriguita.
- ¡Putamare! Otra mala actuación. Ven acá gritona que ahora vas a actuar de Edith Piaf y podrás gritar todo lo que quieras- le dije mientras la tiraba a la cama y la montaba con ánimo de revancha. Venganza.


Gordo estoy


¡¡Estás gordo!! Fue el primer aullido fiscalizador que recibí en la oficina luego de las fiestas de diciembre. Y es verdad, he engordado. Las fiestas han mellado mi contextura para convertirme en un "gordito" o en proceso de serlo. Y sé que muchos, y muchas, estarán padeciendo lo mismo. Porque quién se puede resistir a un buen trozo de panetón, o quizás a todo el panetón; aderazado con la generosa mantequilla. Y para pasar el atragantamiento de pasas y frutas que mejor que un chocolate heladito de la noche anterior. Y si eso no es suficiente para nuestro hambre feroz; que mejor que recurrir al pavo o al chanchito que sobró, y alcanzará para tres días más, y acompañarlo con inacabables raciones de pan francés con mucha Coca Cola para la sed; o si somos bravos, nos refrescamos con más cervecitas o champagne. "Hijo, aquí ha sobrado pastel de moras; puré de manzana o camote; helado de chocolate..." Y cómo evitarlo. Le dije sí, a todo. Tragué sin remordimientos ¿Cuándo los he tenido? Tragué, bebí, cagué y dormí como sólo un deshauciado puede hacerlo.

"Mierda, sí que he engordado" Fue el lamento que solté hace días mientras me observaba calato en el espejo del armario de mi habitación. Podía fijarme unos rollitos laterales que no reconocía pero que les daba la bienvenida. Mi barriga estaba como hinchada, pero en ella se reflejaba una cierta sonrisa, una alegría que sólo yo puedo vislumbrar. Bueno, Corina dice que le gustan los gorditos y que nota cierta algarabía en mi habitual ceño fruncido. Gabriela dice que no nota algún cambio y que deje de preocuparme ¿Cuándo lo he hecho? Pedrito, que regreso hace unos días a Iquitos, no dice nada porque el también a engordado y más.

Ya estamos llegando a la quincena de enero y continuo con el regalito adiposo de las fiestas. Aún quedan un par de panetones y hoy abrí uno. Me comí la mitad. Y saben qué es lo mejor -¿o lo peor?- que no me importa. Y saben por qué, porque a nadie, tampoco, le importa.