Génesis

Esta semana recordé cómo empezó esta aversión hacia las gordas. En realidad existe el elemento freudiano en este asunto. Pues en realidad todos nuestros complejos y prejuicios se inician a temprana edad. Pues lo mio se inició como un complejo y ha evolucionado en este ¿odio?, no lo creo; tal vez aversión es la palabra adecuada. Pero, por supuesto, como se habrán dado cuenta este déficit emocional (porque de que lo es, lo es) sólo surge cuando me conviene.

Tendría ocho o nueve años; cuando mi mamá nos llevó, a mis hermanos y a mí, de visita sorpresa donde la tía Nancy (hermana mayor de mi madre). Ella vivía sola con Guillermo, su único hijo un año menor que yo. La casa de tía Nancy, era grande y acogedora. La ausencia de tráfico por esa zona residencial del barrio de Pueblo Libre, permitía a la chiquillada mataperrear en sus calles los fines de semana. Y, a ese ambiente, nos uníamos mis hermanos, mi primo Guillermo y yo cada vez que íbamos de visita.

Era alto para mi edad. Eso me hacía parecer mayor y ganarme las miradas de las niñas más aventajadas. Pero ese día encontré con un obstáculo para mi, ya, desarrollado ego. Y más que un obstáculo fue una vergüenza.

- ¿Albertito? ¿Te has fijado que Pilarcita te está mirando hace rato? -me preguntó pícara, mi hermana, frente a todos los otros niños con los que jugaba aparte.
- No, me he fijado hermanita -le respondí avergonzado.
- Pues, sí. Y... ¿Sabes lo que me ha dicho? -me dijo misteriosa.
- No lo sé y tampoco quiero saberlo -repliqué, engreído.
- Ahhh, Pilarcita dice que tú le gustas... jajaja
- ...
- Pero que estás un poco gordito para ella y que ella no sale con gorditos... jajaja -concluyó malvada.

Pilarcita tendría catorce años y estaba en una edad prejuiciosa. Yo que sería seis años menor que ella, descubría que la gordura era un inconveniente o limitación para ser aceptado por los demás, especialmente para el sexo opuesto. Ese día dejé de embutirme de golosinas y demás chucherías. A partir de ese día cuidé mi imagen y alimentación. Sé que era muy pequeño para tan "maduros" menesteres; pero, los niños son crueles y los adultos somos hipócritas. Esa es la diferencia.

Mi huída de la gordura infantil duro poco. El crecer rápido y ser un poco hiperactivo ayudó. También desde aquel día me di cuenta de que, todo lo que me proponía lo conseguía. Es por eso que hoy, no comprendo la falta de voluntad de algunas personas para lograr sus cometidos y estar satifechos consigo mismos. No entiendo cómo pueden haber tremendo culos por las calles. ¿Cómo harán para cagar? ¿Cuánto jabón gastarán estos odontocetos para limpiar todo su cebosa humanidad? ¿Alcanzarán a limpiarse la raja del poto? Incógnitas que tal vez usted piense revelar.
¿Yo? Maybe.

La cena

El plato, todavía, estaba humeante. Seguramente era muy apetecible para alguien que estuviese hambriento. Yo no lo estaba. Entonces, recordé que según la región en la que te encuentras nuestros platos criollos son acompañados con lo característico de esa región. Por ejemplo; si comemos unos spaguettis al pesto en la selva, estos serán adornados con un enorme plátano verde sancochado; si lo hacemos en la sierra, sera acompañado por la papa y si lo degustamos en la costa, por un suculento huevo frito. Muy bien, pero, el plato que me acompañaba era un homenaje a las tres regiones que nos bendicen. Eso era demasiado.

Mientras Gabriela devoraba sin piedad su patriótico plato, yo sólo observaba el mío. Y la observaba a ella. Combinaba un poco de tallarín con la yema del huevo, un poco de pan y a la boca; luego realizaba la misma ceremonia para el plátano (que estaba frito y no sancochado) y para la papa. Miraba su poder de deglución sin pena o remordimiento. Entonces empecé a alucinar que el cubierto era un inflador y ella un enorme globo que a cada bocado era más enorme, y que en cualquier momento iba a explotar.

Así estuve, viéndola comer y ella concentrada en su plato sin darse cuenta que yo aún no había probado bocado alguno. Cuando terminó me miró y frunció el ceño "¿No te gusta mi comida?" me preguntó con una larga tristeza; yo que estaba pensando en terminar la relación luego del espantoso espectáculo, sólo atiné a decir: "me llené con sólo verte". Ella entendió el mensaje y se levantó de la mesa ofendida. Viendo que Gabriela me estaba facilitando las cosas para una pelea y una inminente ruptura, no hice nada por disculparme o tranquilizarla; sólo me quedé callado.

La dejé hablar. No intervenía; sólo atinaba a mirarla y a regalarle expresiones como si ella fuese una loca sin control. La ira la hizo beber del vino que habíamos descorchado para la ocasión. Se sirvió el último aliento de la botella y continuó con su perorata. Como ya me estaba aburriendo aquella situación opté por levantarme y retirarme. Cuando lo hice Gabriela alzó, más, la voz e intensificó sus expresiones. El vino se le derramó sobre la blusa color beige. Sin percatarse que yo aún observaba, empezó a retirarse la blusa con algunas lágrimas en los ojos. Se dirigió al baño y se retiró, totalmente, la blusa y entonces como si fuese un aturdimiento intempestivo aparecieron alegres y jubilosas un sinfín de hermosas pequitas coronando las colosales, níveas y gemelas cumbres de Gabriela. Avanzaba como zombie rumbo al precipicio, el pecho me ardía por la ganas de tocarlas y besarlas. No hablé nada, sólo me acerqué y la rodeé con mis barzos, la abracé muy fuerte. Ella cedió y sentí que caía... y caía.

Necesito

¿Qué necesitamos los hombres? Supongo que estar siempre con una mujer. ¿Qué necesito yo? No sé. Antes me conformaba estar con una chica a la cual poder follar. Y nada más. Extraño esos tiempos menos complicados. Si madurar es convertirse en una persona más complicada (consigo mismo), prefiero la inmadurez adolescente.

Antes, el tiempo era lo de menos. Tres meses y chau Rocío, chau Karina, chau Ruth, chau Jacqueline...chau. Mis relaciones no eran duraderas. Me aburría facilmente. Siempre me las ingeniaba para que fuesen ellas las que terminaran conmigo; se me hacía muy difícil hacerlo. Luego intentaba conservarlas como amigas, con algunas resultó con otras no.

Las relaciones efímeras terminaron con la aparición de Diana. Con ella sucedió algo distinto y eso fue que ella no era aburrida; compartíamos algunas aficiones pero lo que me gustó de ella era lo diferente que era a las otras. Mientras las "otras" gustaban siempre de las mismas aficiones inútiles (bailar, películas de terror, bailar, ir de compras y... bailar) Diana podía debatir contigo sobre temas coyunturales y a la vez divertirse bailando o disfrutando una buena película arrimados a un sillón. Esto lo perdimos en algún rincón de la casa o entre las nuevas responsabilidades.

¿Qué busco? No, yo no busco nada. Necesito. Necesito alguien que soporte, mis actuales, malos humores; necesito una chica inteligente y no una asnita con un cuerpazo que ni siquiera sepa quién es Scorcese (claro que igual estaría con ella pero sólo hasta que me aburra); necesito alguien que se emocione conmigo al ver las seis películas de Star Wars, de un tirón, y que mientras la vemos no hable o no comente cada cinco minutos; necesito alguien que cocine bien al igual que yo; necesito alguien que ría de mis estupideces, aunque sea por compromiso; necesito alguien que los domingos me diga "Pon el fútbol"; necesito alguien que me consienta; necesito una mujer y no una niña, nada de stickers de ositos en el celular; necesito una boca siempre dispuesta a todo; necesito una amiga antes que una perra; necesito unos ojos que me miren cuando le hable; necesito un buen par de tetas antes que un culo; por supuesto, necesito que no seas una vaca, ballena o cachalote y, tampoco, que seas una piltrafa, una raquítica o huesuda; necesito que confíes en mi aunque creas que los hombres somos polígamos por genética; Lo único que sé, es que busco una utopía, pero estoy en mi etapa más rebelde y revolucionaria, y estas cualidades se caracterizan por soñar... soñar despierto. Seamos realistas y pidamos lo imposible.

"Necesito alguien...que conozca las palabras
que jamás le voy a decir
y que no se fije en mi ropa,
si total me voy a desvertir... para amarla"
SUI GENERIS

Encuentro

Sus manos son largas, fuertes y, sobre todo, deliciosas. Manos de sílfide. Eran manos perfectas para una paja. El sueño de todo onanista. Se lo dije y ella sonrió satisfecha, orgullosa de sus manos. Y entonces ella empezó a juguetear con sus deditos sobre mi pecho. Se le notaba de buen humor y reía ante cualquier estúpido chiste que inventaba.

- ¿Sabes, qué otra cosa me encanta de ti? -le dije casi susurrando.
- ¿ ¡Qué! ? -me preguntó ansiosa.
- Tu boquita.
- ¡Ay! sí. Mi boquita chiquita es linda.
- Sí, y jugosita.
- Ya sé, por donde quieres llegar Alberto. ¡Jajaja! Pero, no. Definitivamente, ¡no!
- Una ma... un "fellatito" chiquitito, aunque sea ¿Ya?
- ¡Nooo!

Creo que sí la extrañé, porque yo también me sentía contento. Su celular se había perdido y por eso no podía comunicarme con ella. Viajó con su familia el fin de semana largo y por eso ella tampoco intentó comunicarse. El lunes saliendo del trabajo me llamó. "Qué haces" me dijo sin saludar y sin identificarse, como presumiendo que ella es la única que puede llamarme. "Nada" le respondí, para darme tiempo en adivinar quién era. Empezó a hablar sin parar y no tuve dudas, era Mónica. Me ordenó encontrarnos, acepté subyugado. Me rendí ante su voz, luego ante sus ojos y ante sus manos. Pero ahora ella me rinde tributo en posición genuflexa.

¿Dónde está Mónica?

No he hecho mucho esfuerzo en buscarla. La última vez que intenté comunicarme con ella fue el jueves 15, la llamé a su celular y este se encontraba apagado. Eran las diez de la mañana y me preparaba para desayunar; a pesar de no pertenecer al sector público se nos regaló el fin de semana largo con motivo de la cumbre ALC-UE. Tampoco intenté llamarla a su casa. Ya la llamaré después, me dije. Llamé a Gabriela. La encontré, pero a ella la había visto hace poco, no la extrañaba. Planeamos encontrarnos por la noche en su casa. Cuando llegué su casa era una fiesta. Amigas y amigos conversaban y bebían; la música no era alta, estaba en el volumen adecuado para poder disfrutar de una charla. Un beso descarado y público fue el anuncio ficial, para su entorno, que somos pareja. Un jubiloso y cachaciento recibimiento retumbo en el ambiente, era Pedrito que de copas ya estaba excedido. Me puse al día con los tragos y después sólo recuerdo despertar con un enorme beso de Gabriela.

La resaca la curé en la cama de Gabriela. No me levanté para nada. La pasamos desnudos conversando, viendo televisión y haciendo pedidos de pizzas y pollos a las brasas. ¿Alguien ha probado una papita frita (del pollo a la brasa) remojada en fluidos vaginales y absorbida de la misma?. Con esa clase de inspirados juegos estaba instruyendo a Gabriela, cuando recordé: ¿Dónde estará Mónica? Dejé un momento los juegos y dirigí una rápida mirada al celular que descansaba apagado sobre la mesa de noche. Ya la llamaré después, me repetí.

Era sábado por la mañana y el pene lo tenía adolorido. Un baño veloz; un sabroso desayuno; un beso de hasta luego y a volar a casa donde mamá estará preocupada. Un cocacho de bienvenida fue la dulce manera de expresar mamá, su preocupación. Un abrazo y largo beso en la mejilla fueron mis disculpas. Spaguettis al pesto con un colosal bistec apanado fue el resultado de su sentimiento de culpa por el coscorrón. Pero claro, era Marcelo el engreído nieto, la inspiración de las ofrendas culinarias.

Por la noche regresé a Marcelo al hogar materno. Un saludo cordial y frío es lo único que crucé con Diana. Llamé a Mónica y el celular apagado. ¿A su casa? No, tanto no la extraño. Busqué a Gabriela. No estaba en casa. Mientras hacía el camino de regreso al hogar, llama Gabriela solicitando mi presencia en casa de una amiga miraflorina. Estaban bebiendo sólo mujeres; y mi presencia se debía a que Gabriela estaba aburrida y quería irse, pero sola no. Alberto, su cojudo guardaespaldas llegó, en el acto, al rescate.

Está por demás, contarles donde pasé la noche. La verdad, padezco de gula por pecas. Sé que llegará el momento en que me aburra, pero tal vez pase mucho tiempo antes de que suceda. Tiempo es el que pasa y no sé de Mónica, sé que ella es orgullosa y no me llamará, por eso yo lo hago. Pero, tampoco la extraño tanto como para insistir. ¿Qué estará haciendo Mónica? ¿Dónde estará? Más tarde la llamo.

La avena de mamá

Ahora, sí. El 60% de la ropa que había dejado en casa, ya la mudé a la de mis padres. Mi hemeroteca, biblioteca, discoteca y videoteca permanecerá en el cuartito, que fungía de despacho y refugio personal. Los términos de la "momentánea" separación se están realizando en los términos más civilizados para la salud mental de nuestro hijo.

Tati, era un mar de lágrimas la tarde de la separación, pues no quería la misma suerte marital para su hija. Marcelo observaba ajeno a los acontecimientos. Desde que fui expectorado de casa siempre he tratado de madrugar para ser yo, el que lleve a Marcelo al kinder. Pocas son las veces que he fallado.

Ayer, estuve cenando con Tati en un restaurante recomendado por ella. El motivo de nuestra reunión fue aclarar los verdaderos motivos de la separación. Pero, en realidad, fue para tranquilizar a mi corpulenta suegra asegurándole que "Aun amo a Diana, y esta separación es sólo pasajera. Yo seguiré luchando por su hija Tati. Nunca me daré por vencido", la tranquilizaba. A pesar de que Tati repitió plato y ración de pan, la cuenta hubiese sido más holgada si es que mi mantecosa suegra no estuviese apenada por la ruptura matrimonial.

Mientras ordenaba mis cosas y mi mamá me consentía y reprendía (por no tomar su avena Quaker con leche y chocolate) como un adolescente, pensaba que tal vez, sería mejor alquilar un pequeño departamento. Ya veré. Pero antes, me acabaré mi avena que está bien sabrosa. ¡Ejem!

En el Día de la Madre

Era un inmenso ramo de flores rojas acompañado de un gigante chocolate dietético, aunque suene irónico. Lo recibió de buena gana, pero siempre tratando guardar su distancia. Tati, mi todavía suegra, que estaba presente celebraba el acontecimiento con golosas mordidas a su, también, achocolatado obsequio. Diana que conservaba una inaudita calma, me señaló la habitación y me invitó a pasar. Entré emocionado, no porque fuera una sugerencia al acto coital, sino porque entendía que quería, primero, conversar para luego llegar a una reconciliación.

"Alberto, yo te quiero mucho...no, yo te amo. Siempre lo haré y tú lo sabes. Pero ese mismo amor que siento por ti, cada día lo siento tan familiar. ¡Tan de hermanos!. Cada día que pasaba, no sé, sentía que no tenía un esposo, un marido o un amante... sentía que tenía... un hermano. Y como a los hermanos, no te soportaba. Estaba harta de tus caprichitos adolescentes. Que me jodieras, ¡como un hermano!, por lo gorda que estaba o por los rollitos que no podía disimular. Estaba harta que me trataras como si yo fuese tu hermana mayor o tu madre y te consintiera en todos tus caprichos. Yo sentía y siento que perdí mi condición de mujer, de esposa y amante, y que todo esa confianza que ganamos gracias a nuestro amor y a los años... me transformé en tu hermana. Si lo quieres tomar por el lado más común o representativo la COSTUMBRE nos ganó. Alberto, yo también te veo cómo el hermano que nunca tuve. Y siento que te amo de esa manera. Ya no, de la otra. Y por eso, casi siempre, me parecías insoportable Alberto. No sé, tal vez esté equivocada pero eso sólo me lo dirá el tiempo... y eso Alberto, es lo que necesito. ¡Necesitamos!. Alberto, por favor, tú sabes que nunca habrá otro hombre que te reemplaze, eso descártalo de plano. Tú sabes que yo no soy de esa clase. Tú fuiste mi primer enammorado, mi primer amor y... tal vez, seas el único en toda mi vida... pero Alberto, este tiempo que estuviste donde tu mamá me hizo pensar, me hizo bien. Y, ¿sabes? quiero que continúe así. No digo que nos divorciemos, te pido que nos demos un tiempo, porque quiero tiempo para mí, para buscar un trabajo en mi carrera que la he abandonado por tu culpa. No quiero ser TU ama de casa, quiero ser la doctora Tezza. Y sé, que por ahora, contigo a mi lado no podré serlo."

La una o la otra

Trataré de conservar a las dos. Hasta donde se pueda. Una es tetas la otra es poto. Gabriela es más "chibola", pero Mónica es experiencia. Una es ternura y la otra lujuria. Ellas son como la menta y el chocolate, sabores que en su adhesión es complicado separar. Ambas, son el nudo gordiano que mi debilidad emocional y sexual no quiere desunir. Lo malo es que ninguna de ella es, a mi traumático entender, "la oficial".

Ayer, mientras tomaba café con Mónica el celular emitía los sonidos que indicaban el recibo de mensajes de texto. Los recibí durante todo el día y de todo calibre; los devolvía con la misma dulzura o lascivia con que los remitía Gabriela. Imaginé que para esas horas de la noche su afanosidad epistolar se agotaría. No fue así. Mónica soslayó mi poca intriga ante mis mensajes. Para hacer más verídica mi inocencia, saco el celular de mi bolsillo y hago como qué leo, pero no lo hago. "¡Carajo, todo el día me han llegado estos mensajes de promociones!" Mónica ignoró mi queja y continuó con su interminable monólogo.

La acompañé hasta su casa. Nos despedimos con un afiebrado beso y bajé raudo las escaleras del edificio. Siempre he dicho que soy más rápido que el ascensor. Una vez en la calle, reviso los mensajes. Los tres primeros tenían la misma tónica romántica; el último decía:"(un figura de corazón) Rcogme 10:15 universidad t spero 1 bso con sabor a mi" Mi celular marcaba las nueve y treintaicinco. ¿De San Miguel a la Universidad de Lima? No llego, me dije. Llegué, gracias a la destreza e imprudencia del taxista y su Daewoo Tico.

Me abrazó con fuerza y me besó con nostalgia. Se notó que me había extrañado todos estos días sin vernos. Caminamos un poco, de la mano. Conversamos, reímos y nos besábamos en todas las esquinas. Luego, la acompañé hasta su departamento, pero no hicimos nada; aun nos falta esa confianza desinhibida para solicitar sin pudores nuestros obvios deseos. "¿El sábado, te quedas?", de todas maneras, le respondí.

Una es voluptuosidad la otra sensualidad. Tetas o trasero. Ángelito y diablito. Una es flaquita la otra gordita. "Quédate con las dos huevón" sentenció Pedrito.

Causa Rellena al Horno

La última vez que la preparé la hice calato, pero ustedes pueden hacerla con ropita. Este platillo es uno de los muchos que sé preparar; me lo enseñó mi tío, el hermano de mi madre, un inmenso arquitecto -191 centímetros- que en sus épocas de soltería solía visitarnos seguido y aprovechaba la ocasión para prepararnos sus deliciosas especialidades, las cuales celebrábamos con festiva algarabía. A veces, el tío Leopoldo, llevaba a casa alguna de sus innumerables conquistas a las cuales impresionaba y seducía con su amor a la familia, a los niños (mis hermanos y yo) y, por supuesto, con su destreza culinaria. Al despedirse, nos regalaba sendas propinas y una lección de enamoramiento que sería de inmensa utilidad a los todavía cachorros.



La Receta: (para 2 personas)
1/2 kilo de papas amarillas
3 ajíes amarillos
1 limón
1 barra de mantequilla
queso parmesano
champiñones (champignones para los cursis)
1/4 aceitunas verdes
4 huevos
salsa mayonesa
sal al gusto

(para el relleno)
1/2 kilo de carne de res molida
2 cebollas
4 tomates
sal, pimienta, nuez moscada y comino al gusto.

La Preparación:

Esta es la parte que más flojera me da: explicar. Sancochamos las papas y luego las trituramos hasta que no queden grumos. Eso cualquiera lo sabe ¿no? Al mismo tiempo, licuamos el ají amarillo con aceite y sal al gusto. Vigilando siempre que la gorda o gordo que te acompaña no se esté tragando la papita triturada; un, "¡carajo! aguántate hasta que termine", siempre es efectivo. Bueno, hacemos una masa con la papa y lo licuado hasta que quede una masa consistente, embadurnamos de mantequilla la fuente y preparamos una primera capa de masa de papa; de preferencia de un centímetro de grosor.

Para el relleno, picas la cebolla y el tomate en trozos pequeños y echas a la sartén (obvio con aceite). Esperas que se cocinen y agregas la carne molida. Su salcita, su pimientita y cominito...ah, la nuez moscada. Una vez terminado vacías sobre la primera capa de masa de papa. Colocas una segunda capa de masa de papa sobre el relleno; sobre esta colocas trocitos huevo, previamente, cocido; los champiñones; las aceitunas verdes (sin la pepa, no sean tarados); agregamos la mayonesa; colocamos trocitos de mantequilla y abundante queso parmesano. Introducimos al horno por treinta o cuarenta minutos, también es válido en microondas, supongo que el tiempo debe ser menor.

Algunos gustarán acompañar este plato con arroz, como lo sugirió Gabriela aquel domingo. Otras como Tati, ¿mi ex suegra?, sugerirán arrocito, pancito y más mayonesa. Yo, suelo acompañar este alimento con un tinto Magdalena de Queirolo o, si se puede, mejor un pisco acholado de la misma viña iqueña. Evitar comer con amigos(as) o novios(as) de profuso y amondongado vientre. ¡Buen provecho!

La extraño menos

El domingo al mediodía me paseaba despreocupado y desnudo por el departamento de Gabriela. Estaba preparando una causa rellena al horno, mientras ella, también desnuda, me ayudaba con algunos detalles de la preparación; cuando me asaltó la tierna imagen del rostro de Marcelo, mi hijo. Recordé haberle prometido que iríamos al cine en la tarde. Gabriela todavía no sabía de la existencia de Marcelo, más porque nunca se tocó o insinuó el tema que por haberlo ocultado. Decidí decírcelo. La primera reacción que tuvo fue la de cubrirse el cuerpo con las sábanas que estaban regadas por el piso. Luego se sentó al borde de la cama con rostro compungido. Fui a su encuentro al instante e intenté calmar sus dudas: "Nunca fue mi intención ocultarte a mi hijo, sólo que nunca tocamos ese tema como amigos, siempre conversamos tonterías para distraernos, para conocernos. No estoy aprovechando la ocasión de que "ahora" somos algo más que amigos para decirte esto, sino que, acabo de recordar que hoy en la tarde tengo una cita con él". Gabriela, estaba conciente de que nunca tuvimos una oportunidad para tocar temas serios de nuestras vidas y por eso entendió esta omisión de mi historia.

"Nunca se debe negar un hijo" es una frase que se repiten los limeños y limeñas polígamos. Pero a la pareja, SÍ. De Diana no dije que mi separación consta de unas semanas, nada más, sino le adjudiqué a la ruptura un buen par de felices años. Gabriela se sintió más cómoda con mi versión de los hechos. Después, ya más tranquila despejada de dudas me hizo prometerle que regresaría en la noche y me quedara con ella. "Te lo prometo" le dije, con un beso en la frente.

Cuando llegué a mi antiguo hogar, me encontré con Tati, mi suegra, quien abogaba por la reconciliación entre Diana y yo. Un portazo de su habitación fue la respuesta de Diana a las nobles intenciones de su madre. No hablé una palabra, sólo afirmaba con tristeza todas las recomendaciones que me daba Tati mientras terminaba de arreglar a Marcelo para su salida. Cuando crucé la puerta de salida me sentí aliviado, fui con intenciones sólo de ver a mi hijo y nunca reconciliarme con Diana. Sólo espero que la ira se extinga y podamos conversar sobre el futuro de nuestro hijo.

Diana siempre fue una chica complicada, explosiva. Su madre siempre se quejó conmigo de su padre, que siempre la consintió en todo. Lo que ella pedía a sus pies venía. Yo vine cometiendo el mismo error desde antes que nos casáramos. Cuando nació Marcelo, hace cuatro años, estos caprichos empeoraron. Las rabietas se volvieron una constante. Yo soportaba digno las pataletas. El amor supremo y reverencial hacia ella me mantenía firme en la lucha por la superación de mi hogar. Hoy, eso ha cambiado. En la última pelea exploté, yo también. Dije cosas que no debí decir y que no me arrepiento, a pesar de lo días. Y los días pasan y pasan... y cada día extraño menos a Diana.

Regresé, tarde en la noche, donde Gabriela. Antes, llamé a mi vieja justificando mi, otra vez, ausencia a dormir en el nido materno y también lo hice con Mónica que durante el fin de semana que me perdí me ha dejado innumerables mensajes de voz en el celular. Le dije que andaba de viaje con mis viejos "Necesitaban distraerse" argumenté. Prometí verla el lunes. No lo hice, el martes, tampoco. El motivo, mi madre llamó furibunda solicitando mi presencia "Por eso Diana te ha botado de la casa, hijo, si nunca paras. Hoy cenas en casa, sí o sí; sino te las verás conmigo" amenazó mi hermosa mamá. Lunes y martes he estado llegando a dormir, para tranquilizar las iras maternas. Hoy veré, por fin a Mónica, pero regresaré a dormir donde mi veterana jefa. Gabriela, también me ha llamado y yo, igual, lo he hecho. Ella anda ocupada con su trabajo y sus clases en la universidad que ha retomado. Pero, aún queda el recuerdo de esa noche de domingo cuando regresé al departamento de Gabriela, mientras ella dormía tranquila sobre mi pecho, no pensaba en un futuro con ella, tampoco con Mónica... sólo sabía que extrañaba menos a Diana.

La Botella Borracha

Las besé toda la noche y a la mañana, cuando desperté, las volví a besar. Incansable. Una a una. Las estrujaba y, luego, me sumergía en su cielo estrellado. Lujuria. Mi lengua pendenciera examinaba tus orgiásticos pezones. Tus pecas me daban la bienvenida a su fiesta saturnal. Con calma, las besé una a una.



La noche anterior, Gabriela había preparado una fuente de lasagna para agradecer a sus dos nuevos mejores amigos: Pedro Gómez y yo. La cortesía se debió en retribución a la gentileza que tuvimos para con ella al acompañarla a la casa de su madre el día de su cumpleaños. Patricia también asistió. La flamante enamorada de Pedrito, no era una de sus mejores amigas de Gabriela; esto cambió una vez que Patricia se unió sentimentalmente a Pedrito, fiel escudero mio. Estas coincidencias han hecho que Patricia y Gabriela creen un vínculo de intereses similares y, por tanto, inseparables.



Fui el último en llegar a la reunión en casa de Gabriela. Pedrito me hizo recordar la deuda alcohólica que tenía con él. "Cerveza" fue su irrebatible pedido. Compramos una docena de cervezas. Las chicas pusieron música (cojudeces, por cierto) y prepararon la mesa. Pedrito, bebía y jodía: "Albertito, ¿ y para cuándo te le declaras a Gabrielita? Apúrate que me animo y te atraso" . Causando la nerviosa hilaridad de Gabriela. Luego de devorarnos la exquisita lasagna, Patricia sugirió la infantil "botellita borracha" con obvias intenciones de hacernos caer a Gabriela y a mi. Al primer giro se me premió con un besito a Gabriela, los dos accedimos nerviosos. "Fin del juego" sentenció, luego del primer y último beso, Pedrito.

La velada continuó sin besos, pero sí con una charla divertida y una segunda docena de cervezas. A medida que la noche transcurría era obvio que no podía despegar la mirada de Gabriela, mi deseo hacia ella se volvió una obsesión que supe tenía que calmar aquella noche.

A las cuatro de la mañana Pedrito se retira a pedido de Patricia. Me ofrezco a acompañarlos y regresar para ayudar a limpiar el desorden. Cuando regreso Gabriela ya se había adelantado un poco. Terminamos de limpiar e intento despedirme.

- Gracias, por todo Gabrielita.
- No, Alberto. No es nada.
- Todo ha estado sabroso... la lasagna... el beso -dije sin quitarle la mirada.
- ¿Y cuál te gustó más? -preguntó nerviosa y agachando la mirada.

Agarré una botella y la hice girar en la mesa, mientras esta giraba me acerqué a ella y le tomé el mentón, con la mano derecha, y alcé su cabeza que aún mantenía agachada. La botella dejó de girar y le susurro "acabo de ganarme otro beso".