Me coloqué detrás de ella y le froté ambos brazos a la vez. Mientras lo hacía, observaba cómo las estrellitas de su pecho saltaban alegremente y, sentía, cómo mi cuerpo entraba en un estado de sofocación. Eran las doce de la noche y, en la ciudad, corría un viento gélido que hizo efecto en una desabrigada Gabriela.
Gabriela, quería caminar. No me negué, yo también lo quería. Pedrito y Patricia que habían accedido a acompañarme a tan incómoda reunión -el sábado yo pago los tragos-, se fueron presurosos en un taxi. Ya sabemos donde. La reunión familiar no estuvo tan mal, sólo aburrida. Pedrito, Patricia, Gabriela y yo llegamos juntos, después de haber acordado encontrarnos en el departamento de la cumpleañera. Mi originalidad para obsequiar no pasó de rosas blancas acompañadas de chocolates y un enorme peluche que causaba pánico en los traumas ocultos de Pedrito. El agradecimiento de Gabriela, ante el artificioso presente, fue expresivo y calenturiento: el roce de sus senos al abrazarme provocó una involuntaria erección que ella sintió y, que al soltarme, disimuló con una tosecita divertida.
Gabriela, quería caminar. No me negué, yo también lo quería. Pedrito y Patricia que habían accedido a acompañarme a tan incómoda reunión -el sábado yo pago los tragos-, se fueron presurosos en un taxi. Ya sabemos donde. La reunión familiar no estuvo tan mal, sólo aburrida. Pedrito, Patricia, Gabriela y yo llegamos juntos, después de haber acordado encontrarnos en el departamento de la cumpleañera. Mi originalidad para obsequiar no pasó de rosas blancas acompañadas de chocolates y un enorme peluche que causaba pánico en los traumas ocultos de Pedrito. El agradecimiento de Gabriela, ante el artificioso presente, fue expresivo y calenturiento: el roce de sus senos al abrazarme provocó una involuntaria erección que ella sintió y, que al soltarme, disimuló con una tosecita divertida.
***
Nos recibió su madre una simpática señora que nos acomodó al lado de unas viejitas que bebían, presurosas copas de vino tinto. La casa estaba llena de veteranos familiares, que no pudieron asistir a la fiesta del sábado, y una guapa mozuela de quince años que estaba tan incómoda como nosotros. Pedrito sentía la estremecedora mirada de George, pareja de Mila la madre de Gabiela. "Yo creía que era su viejo. ¿Entonces, por que chucha me mira asi?" Me dijo entre susurros Pedrito. Las miradas inquisidoras se dirigieron contra mi, una vez que Pedrito abrazó cariñosamente a Paty. La campana de la cena me salvó de ese round que lo tenía perdido. La sabrosa cena fue un tributo a la cocina italiana, descendencia de Gabriela, y la torta mostraba una enorme y delatora velita número 24. Gabriela, también intentaba escabullirse de su fiesta. Se apresuró el soplido de la indiscreta vela, a súplica de la agasajada. Nos despedimos, mientras Gabriela guardaba, en su bolso, un portarretratos en donde se observaba a sus dos hermanos mayores, una sonriente Mila y su fallecido padre abrazándola orgulloso.
No nos dimos cuenta que había amanecido y que en unas horas teníamos que prepararnos para ir a trabajar. Ambos descubrimos nuestra afición a "The Godfather" y... "¿La vemos? tengo las tres en mi depa" me dijo risueña. Acepté jubiloso. Preparó palomitas de maíz (las detesto) y abundante café. Morfeo nunca fue una amenaza. Comentábamos las escenas y admirábamos las actuaciones. Cuando Apollonia (Simonetta Stefanelli) se desnuda para Michael (Al Pacino, no pude evitar darle un vistazo a sus hermosas tetas. Estaban radiantes y glamorosas con todas las pequitas en su lugar.
Terminamos de ver la segunda parte de la trilogía. Cuando intentamos poner la tercera nos sorprendió el alba. Nos prometimos verla en otra ocasión. Me lavé la cara y luego me despedí, ella me devolvió un beso en la mejilla y un, largo y tierno, abrazo y otra vez esa cálida sensación del impacto de sus gloriosos seños contra mi cuerpo; lo que provocó una nueva y bochornosa erección.
Terminamos de ver la segunda parte de la trilogía. Cuando intentamos poner la tercera nos sorprendió el alba. Nos prometimos verla en otra ocasión. Me lavé la cara y luego me despedí, ella me devolvió un beso en la mejilla y un, largo y tierno, abrazo y otra vez esa cálida sensación del impacto de sus gloriosos seños contra mi cuerpo; lo que provocó una nueva y bochornosa erección.