
que se abra la tierra y te hundas en ella,
que todos te olviden.
Ojalá que te cierren las puertas del cielo,
y que todos te olviden.
Que se llene tu alma de penas,
y entre más te duelan, que más te lastimen.
Ojalá que te mueras, que tu alma se vaya al infierno,
y que se haga eterno tu llanto,
ojalá pagues caro el haberme engañado
aun queriéndote tanto,
Que se claven espinas en tu corazón si es que aún
tienes algo..
Ojalá sea un tormento acordarte de mí,
si es que un día lo haces.
Ojalá sea tanto el dolor, que supliques perdón
y se vuelva tan insoportable.
!!Ojalá que te mueras, que todo tu mundo se vaya al olvido,
sé que no debo odiarte pero es imposible tratar
de olvidar lo que hiciste conmigo.!!!
!!Ojalá que te mueras, que todo tu mundo se quede vacío!
!!Ojalá cada gota de llanto te queme hasta el alma!!!
!!!Ojalá que no encuentres la calma!!!
!!Ojalá que te mueras!!!!
aahhhhaaaaayyy!!
Ojalá sea un tormento acordarte de mí
si es que un día lo haces.
Ojalá sea tanto el dolor
que supliques perdón y se vuelva
tan insoportable.
Ojalá que te mueras, que todo tu mundo se vaya
al olvido. sé que no debo odiarte pero
es imposible tratar de olvidar lo que hiciste conmigo.
Ojalá que te mueras que todo tu mundo se quede vacío.
Ojalá cada gota de llanto te queme hasta el alma.
Ojalá que no encuentres la calma.
!!!!!!Ojalá que te mueras!!!!!!!
La resaca me impidió cumplir, otra vez, el viernes lo acordado ("iremos a donde quieras") con Gabriela. Ella entendió el percance con juicio de amiga indulgente; total, si no hay besos ni sexo tampoco hay responsabilidades filiales. Pero Gabriela, como toda mujer, conoce el arte de la manipulación; y yo, como todos los hombres, a pesar de evitar y reconocer las argucias con que Gabriela (hacerse a la dolida) me intenta someter caigo siempre subyugado ante sus espontáneas artimañas: “Está bien Gabriela, te compensaré. Mañana iremos y haremos todo lo que tú digas”; le prometí con la ingenuidad de un huevón.
Entre sus exigencias contemplaba la invitación de todos mis compañeros de trabajo. “Ni cagando” le dije enfático. Negociamos. Las tretas seductoras las mandé a la mierda, esta vez no cedería: “Sólo irá Pedrito y su invitada. Nadie más”, dije envalentonado. Me observó sin resignación, estaba dispuesta a dar pelea. “Llevaré algunas amigas de la universidad… o ¿prefieres cantar dos canciones? habla, invito a dos amigas o cantas dos temas”. Perra de la reconchatumadre, pensé mientras cedía a su petición primera.
“¿Dónde estás huevón?” me preguntó -por el celular- Pedrito que había llegado temprano al karaoke junto a Patricia. Estoy cerca" le dije sin ánimo. Antes de pisar el “antro del ridículo” recibí alrededor de veinte presurosas llamadas que preguntaban mi ubicación. Llegué con una hora de retraso ante las pifias de mi nada respetable público que esperaba sazonado con espirituosas aguas. Saludé a todos y me ubiqué entre Pedrito y Gabriela. Me presentaron a Sonia y Jeaneth, amigas universitarias de Gabriela, que bebían cervezas y fumaban como si el mundo acabara hoy. "Mis amigos" me cedieron tiempo para poder emborracharme y así poder cantar sin complejos. Mientras intentaba embriagarme Gabriela cantó temas de Miryam Hernández y Alejandra Guzmán que aplaudí por compromiso; Pedrito se transformó en Vicentico y cantó una versión bastante machista de “El matador” que despertó las carcajadas de las universitarias y las iras de la novia; Patricia le respondió con una desafinada versión de “Ese hombre” de Rocío Jurado, que lo único que logró fue aumentar el ego desaforado de Pedrito; Sonia se lució cantando “Florecita rockera” de los Aterciopelados, y demostró no sólo tener una voz abaritonada, sino también, un culo majestuoso que provocó los aplausos de las otras mesas; Jeaneth, también, desafinó al interpretar un tema que todos desconocían y que después supe que es una cantante chilena que se llama Javiera Mena. Sólo faltaba yo que ya estaba muy borracho y aún no decidía qué tema cantar o cómo evitar el suplicio.
Necesitaba un tema que no me expusiera y que, al contrario, hiciera apenar a otra. Antes de haberme decidido pedí un whisky doble seco que bebí sin pausa. Había llegado el momento, nadie sabía qué iba a cantar. Todos esperaban que cante algún tema rockero o una baladita dedicada a Gabriela. Tomé el micrófono y esperé las primeras melodías del tema. Observé a mi público y noté a un Pedrito riéndose antes de tiempo; Gabriela me miraba con malicia etílica y las demás me observaban con ojos vidriosos pero atentos, con muecas que no eran de burla sino de pavor ante la vergüenza ajena. Pero yo ya estaba lo suficientemente borracho como para lidiar con el reto. Me paré porque sentí que estaría más cómodo y dediqué la canción a la chica que “quiero mucho" –resalte las comillas con los dedos- y que se encuentra en mi mesa. Mientras cantaba con la conchudez y desenvolvimiento que el alcohol te regala, me divertía con la turbación y el sonrojo incandescente de Gabriela; con el desconcierto con que las chicas universitarias miraban a su aterrada amiga; con la risa burlona de Pedrito y sus eufóricos aplausos finales que como un dominó contagió a todas las mesas. Está claro que la ovación no fue por mi tenórica voz, sino por la teatralidad con que la interpreté y dediqué a la musa abochornada.
La acompañé hasta la puerta de su departamento; nos despedimos y antes de entrar me preguntó con esos ojos melancólicos que siempre me infunden ganas de protegerla: “Es verdad que sientes todo lo que cantantes”. La miré con resignación ante la pregunta que esperas y no quieres contestar, y le dije con la seriedad que ameritaba la respuesta: “No, Gabriela. Cómo crees”.