Pedí otra cerveza para ver si así me animaba. No lo conseguí. Pedí otra màs, con inteciones de verla más carnosa. Esta vez, el alcohol no hizo efecto; seguía notando lo huesuda que era, lo flacuchenta y casi anoréxica que se veía. Bebía su Cosmopolitan a sorbitos insoportables y su ensalada lucía intacta. Su rostro era bello, pero era un rostro que no congeniaba con ese cuerpo de chiquillo pajero. Me hablaba y preguntaba sobre temas que no me importaban, en ese momento, y que tenían el firme propósito de demostrarme que era "inteligente". ¿Qué mierda le habría contado, Jacqueline, sobre mí? me preguntaba.
"Es linda; regia; elegante y, sobre todo, inteligente -me convencía, entusiasmada, Jacqueline-. Te va a encantar, Albertito. Yo lo arreglo todo, no te preocupes." Pues, sí me preocupaba. No soy muy afecto a las citas a ciegas. Aunque, tan ciega esta no era. Mariela (Tal, es el nombre de mi cita), decía haberme visto entrar o salir, en varias oportunidades, con Jacqueline. Ambas, amigas, que estudiaron Derecho en la misma universidad, pero en distintas promociones (Mariela acaba este año), que coincidieron trabajar en el mismo edificio comercial. Mariela, como practicante en el estudio de abogados, dos pisos debajo nuestro; y Jacqueline como asesora legal de nuestra empresa constratista. "¡Ya, todo listo! El sábado por la noche, sales con ella. Toma su número para que coordinen. ¡No la cagues, Alberto! Ella es mi amiguita y no es ninguna jugadoraza, te advierto. ¡Ahhh! y, por si acaso, no es ninguna cojudita que habla huevadas".
Me gusta hablar huevadas; es la mejor manera de conocerse mejor, pues, es en esas conversaciones donde rescatas la esencia de la otra. Dejemos las charlas coyunturales y filosóficas para cuando tengamos la confianza de tirarnos un pedo juntos. Pido otra cerveza y, todavía, me pregunto: ¿Qué mierda le ha contado Jackie, sobre mí, a esta chica, para que siga con su jodido discurso existencialista? Prueba tu puta ensalada, aunque sea, maldición. Ya cállate. No te esfuerces por impresionarme intelectualmente. ¿No ves las orejas de burro que tengo? ¿O son de asno? ¿O soy una bestia insensible que no aprecia los esfuerzos, de mi raquítica acompañante, por pasar una noche agradable? Es lo más probable. Pedí la última cerveza y, luego, la cuenta.
Mientras conducía de regreso a casa, no me sentía mal por mi esmirriada acompañante, que debe pensar que soy el ser más aburrido, ególatra y petulante de Lima. No, me importaba un rábano lo que pudieran pensar de mí. Es más, debe agradecer el haberse dado cuenta a tiempo, lo jodidamente complicado que suelo ser cuando estoy con toda la mierda en la cabeza. No, qué me iba a importar; si siempre he sido un tunante sinvergüenza. Un descarado. Una bazofia que no se merece ninguna mujer. Pero, lo que realmente me tenía preocupado era que, esa urbe que tanto conocía y me acogía, se me presentaba distante y hostil. Como si supiera que mis pensamientos no están con ella, sino, en otra ciudad que no conozco. Pues, que se joda Lima con sus Gabrielas, Mónicas, Marielas y, hasta, sus Dianas. Mejor es mi mano, que mal acompañado. Me paso una luz roja y en el stereo del auto suena Calamaro.
Hace 7 años