Prejuicios

“Este puto tiene una suerte con las cojuditas”. Tal vez tenía razón, pues, Jacqueline había sido testigo mudo de cómo algunas “cojuditas –como ella suele decirle a las chicas con escaso raciocinio para dilucidar entre las verdades y las mentiras que solemos decir los hombres para conquistar a estas ocasionales hembras- que caían ante el encanto verborrágico de José Bundy.

Era la hora del almuerzo y los restaurantes de la zona comercial de San Isidro lucen repletos de hambrientos ejecutivos, secretarias, anfitrionas, burócratas y profesionales de dudosa reputación; en esta última clasificación se encontraba nuestra famélica mesa de menú de cinco soles. En ese momento me debatía entre escoger entrada o sopa; lomo saltado o mondonguito a la italiana y refresco o cafecito. En esa estaba cuando entró cimbreante, descarada y platinada “la cojudita” de la tarde. Se sentó en la mesa nueve, sola y parecía que esperaba a alguien. Todo bien, hasta que comenzó a sonreír hacía nuestra mesa, ante las desesperadas miradas de Bundy. “No te hagas muchas ilusiones José. Se nota que es bailarina o vedette y que está esperando a algún empresario billetón”; afirmó con cierto prejuicio Jacqueline, ante las fachas desprejuiciadas de la muchacha. Ella siguió mirando de reojo a nuestra mesa.

Decidí ensalada como entrada; lomo saltado como segundo; mazamorra morada de postre y café para bajarla. "¡Uy, carajo! La cosa es contigo Albertito. La flaca no te quita la mirada”. Descuidé un instante mi ensalada para percatarme de la veracidad del comentario. Alcé la mirada y me estrellé con esos enormes y falsos ojos verdes que me esquivaron con una sonrisita, una vez que me percaté de ella. Continué comiendo y dije sin despegar los ojos de la ensalada: “Bonita y coqueta, pero está esperando a su galán”. Me hice al desinteresado. Pero era cierto, la chica miraba constantemente la hora en su celular y observaba con impaciencia la puerta de ingreso.

La chica era bonita pero nada común. Era muy llamativa. Su pelo, su ropa y un acentuado maquillaje la hacían ver como si fuese de la farándula. Y una chica, así, sólo puede esperar a algún despistado de billetera acomodada. “¡Hola mamita!” dijo la chica con fuerza, como para que, nuestras mal pensadas almas escuchen y así nuestros prejuicios nos lo metamos al culo.

“Ahora sí, Albertito. Tu especialidad: mamá con hija. No hay pretextos”; arengó Jacqueline. ¿De dónde habrá sacado esa idea de la especialidad? Observé a la mamá y el poto rebalsaba la silla. Sus labios eran delgadísimos para las enormes nalgas que tenía en la cara. Los “mondongos” eran más grandes que sus tetas. Era un rinoceronte. “No me interesa –dije convencido-. De aquí a un tiempo, ella será como la mamá. ¿No?”

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Fácil eran algo así como Susy Díaz y Florcita.

Cys dijo...

Sí estoy convencida de que las hijas terminan como las mamás, jajaja. Me doy el lujo del reirme porque la mía si es flaca :P

Anónimo dijo...

Oe flaco a estas alturas dxel campeonato rechazas un prospecto ce cachalote?...
"Te conozco mosco" - dice mi viejita cuando espetaba algo que hiba en contra de mi naturaleza. Flaco tu adoras el mondongo, seguro que cuando describias a la mama de la flaquita te viste con paraguay.
Flaco asume nomas, te encanta el colesterol, pero eso si aconpañalo siempre con un buen anisado, si es Najar mejor.
atte
WACO

mermelada dijo...

pucha.. esa conclusión es TAN tuya.. q colera..

Anónimo dijo...

La Montaña Figi y la Pequeña Figi?

Tengo hambre dijo...

Ayy si Waco tiene razon, ya estarias echandole el ojo a la señora......

Ravnoss dijo...

pasate el dato de donde almuerzas con 5 lucas en san isidro, ni en el tugurio mas ediondo de chinchon lo encuentro a ese precio

Anónimo dijo...

Waco tiene razón, Anís, si no es Najar, no existe.

Repito, Nancy Cavagnari y Yesabella ahí. Mondongo, sí, pero demasiado riesgo emocional...

Lara Holmes dijo...

Jajaja...eso dicen, particularmente, no creo q sea cierto...